Acabo de terminar el libro cuyo título encabeza esta entrada. Me ha resultado duro llegar hasta el final. Más que una novela, me ha parecido un documental. La peripecia vital del personaje queda a veces sepultada por montones de datos. Me habría gustado que Vargas Llosa aplicara aquello que hace tantos años nos contó García Márquez: antes de entregar el original, lo pulo y lo pulo. De las quinientas páginas iniciales, acabo entregando doscientas. Estas palabras no van entrecomilladas porque son una versión libre.
¿Qué quiero decir con esto? Que la idea, que en un principio me resultó interesante, no me ha convencido por esa profusión de datos. Eso sí, he aprendido cosas que no sabía -al manos no con tanto detalle- sobre lo que el ser humano es capaz de perpetrar contra otros seres humanos a quienes considera inferiores, solo buenos para ser explotados y maltratados hasta la muerte; y no en el siglo XVI, sino en la época del rey belga Leopoldo II, que quiso convertir un rincón de África en su cortijo sin que nadie lo controlara; o lo que es peor consiguiendo que se mirase para otro lado durante mucho tiempo, hasta que la lucha de Roger Casement y sus detallados informes conmovieron al mundo de entonces.
¿Y qué decir de lo que descubrió el atormentado Casement en el Putumayo? El horror que casi lo llevó a perder la razón. Un horror consentido como inevitable con tal de extraer el caucho que los pueblos civilizados necesitaban para seguir siéndolo. El imperio británico, que es quien encarga a Casement esa investigación en la Amazonía, es el mismo que permite vivir en suelo británico, sin mayores problemas, al multimillonario Arana, dueño y señor de las tierras y las personas que las habitan y que parecen estar ahí para que traigan cada vez caucho a costa de lo que sea. Pero no solo eso, también están ahí para que sacien su crueldad los capacetes o cualquiera a quien se le dé un chicote o un arma de fuego.
El libro es una denuncia brutal de los abusos cometidos en esos dos escenarios, pero podrían extrapolarse a cualquier momento y lugar, cambiando los detalles.
El tercer escenario es la lucha por la liberación de Irlanda de la opresión del yugo británico. Ahí descubrimos a un Casement incansable, más si cabe, obsesionado y obsesivo, generoso hasta la propia miseria y condenado al fracaso por la elección de aliados equivocados.
Si lo que Vargas Llosa quería era dar a conocer a este personaje histórico y su lucha contra la injusticia, la esclavitud en los tiempos en que ya estaba abolida, lo ha conseguido en parte, porque creo que a muchos lectores y lectoras el libro se les ha podido caer de las manos antes de llegar al final.
Si lo que pretendía era horrorizarnos, eso sí lo ha conseguido. Ojalá sirviera para que se aprendiera la lección, pero aquí tampoco creo que ese objetivo se cumpla.