El martes pasado (14 de junio) estuve en la Universidad de Sevilla clausurando el máster de español MásELE. Fue muy agradable volver a esa bella y calurosa ciudad. También fue un gusto conocer gente interesada y motivada, como Eva Bravo, la coordinadora. Y ya, para ponerle la guinda a este helado delicioso (pastel no, que hacía mucho calor), me encontré allí con Verónica Rivera, sevillana de origen y ceutí por convicción. Me sorprendieron con su asistencia y participación Auxiliadora Castillo y a Juan Manuel García, a quienes no veía desde el Congreso de ASELE de 2004, organizado por ellos.
Cuando me invitaron, propuse tres o cuatro temas y el seleccionado por el alumnado fue “La gramática en el aula: de la reflexión a la actuación”. A partir de la anunciada reflexión sobre la lengua en general y la gramática en particular, pusimos en práctica la teoría.
Pero no escribo esta entrada solo por lo mencionado más arriba, sino porque al terminar hice la pregunta que suelo hacer al terminar mis talleres y que me sirve de evaluación de mi trabajo y también para que las y los participantes sean conscientes de lo que hemos hecho juntos.
La pregunta es “¿Qué te llevas de esta sesión?”.
Al principio siempre pasa lo mismo: no estamos acostumbrados a opinar así, en público y delante de la persona evaluada. Quien se arriesga a esto debe hacer también otra pregunta: “¿Qué has echado de menos en esta sesión?”. Lo cierto es que pasados los primeros segundos de desconcierto, las respuestas llovieron y nos permitieron darnos cuenta de que lo que habíamos hecho no era solo reflexionar y aplicar la teoría vista en relación con la gramática. Los principios que yo dirigí hacia una enseñanza reflexiva, consciente, elaborada, bien cimentada en conocimientos teóricos por un lado y en el conocimiento del alumnado por otro, podrían extrapolarse a la enseñanza de la lengua en general.
Uno de los comentarios que más me emocionó fue el de una profesora que dijo: “Esta forma de enseñar podría aplicarse a la enseñanza de la lengua en el contexto escolar”. Me emocionó porque esa es una de mis reivindicaciones históricas. Para completar ese comentario, otra de las asistentes sacó el libro que lleva un título parecido y que se encuentra en la columna de la derecha de este blog, y en el que defiendo precisamente ese enfoque.
Hablamos de la importancia de la formación teórica, pues no se puede jugar con la gramática si se dominan sus mecanismos (quedó evidenciado cuando jugamos a ser artículos, demostrativos o interrogativos).
Quedó claro que sin tener en cuenta quiénes son las personas que tenemos delante, sus conocimientos previos -incluidas sus lenguas, sean estas de prestigio o no- no tendremos éxito en la presentación de conocimientos nuevos.
Para algunos de los asistentes fue muy importante el aspecto lúdico dado a las reglas, tan demandadas por el alumnado que quiere saber por qué, cuándo y si eso ocurre siempre 🙂
Otras personas “se llevaron” la idea de que hay que conseguir el equilibrio entre la producción oral libre -favorecida por las ocasiones que el / la docente provee en clase – y la sistematicidad de prácticas más dirigidas, que ayudan en los primeros momentos a quienes se sienten inseguros a la hora de hablar.
Hubo quien resaltó la forma de tratar el error. En una de mis propuestas este era el motor que ponía a funcionar la aparición de un caso nuevo del subjuntivo.
¿Qué me llevé yo?
Pues la materialización, una vez más, de que es posible. Es posible hacer participar incluso cuando la hora invita más a sestear. Es posible entablar un diálogo pedagógico incluso cuando el calor favorece la huida. Me llevé las ganas de volver porque me encontré entre personas interesadas y cordiales, que colaboraron y enriquecieron mi trabajo.
Gracias, Eva, por invitarme y gracias a quienes asistieron por hacerme sentir que es posible conseguir que la gramática sea un juego divertido.