Buenos días. Terminé hace un par de días este libro releído y re-disfrutado. Y me pongo a escribir estas líneas en un día de cielo gris, de olor a petricor, que entra por la ventana abierta de par en par -cosa que no ocurría desde junio por lo menos- de lluvia de gotas gordas que refrescan el ambiente y ponen un fondo extrañado, por infrecuente, que me remonta a mi adolescencia: lluvias como esta, con sus truenos incluidos, anunciaban el final del verano.
Lo primero que debo decir es que creo que la primera vez que lo leí no aprecié todo lo que he encontrado en esta segunda lectura, reposada. Sin duda será la madurez.
Es una conversación entre amigas -que se reencuentran después de mucho tiempo- y que se cuentan por escrito sus vidas, sus sentires, sus errores y los momentos compartidos. En ese contar descubrimos que Carmen Martín Gaite escribe con calma, recreándose en la reconstrucción de esa amistad palabra a palabra, descripción tras descripción, personaje a personaje.
Pero, además, -como siempre hay un ‘además’ en los libros que me gustan-, Martín Gaite nos deja reflexiones que nos hacen detenernos y pensar y “hablar” con ella para darle la razón o para mostrarle nuestro desacuerdo. Aquí os dejo algunos de esos subrayados que “adornan” el libro. La primera la he compartido también en mi muro de FB.
“(…) las cosas que no se aclaran a su debido tiempo, van formando como un muro de escoria porosa que enseguida se empieza a solidificar hasta que, al final, no hay piqueta que lo derribe. Un dique fraguado con cemento de cobardía e inercia, que acaba impidiendo el paso a una relación antaño transparente”.
¿No os sentís identificadas/os con estas palabras? Nos guardamos las cosas por cientos de razones, alguna llega a ser, incluso, el mantenimiento de la armonía; pero el resultado es, casi siempre, el que la autora nos recuerda. Más adelante, he subrayado esto, que me parece en perfecta consonancia con lo anterior:
“(…) la voz le salía de ese recinto del alma que tienen tan amurallado las personas acostumbradas a fingir y a defenderse”. Y allá por la página 169 (de mi edición) vuelve sobre el tema, que es algo que a una de las protagonistas la hace sufrir.
“(solo te enamora lo que te intriga (…) a nadie se le deja de querer por sus defectos, sino porque descubres que no te interesa interpretarlos ni comprenderlos. (…) Decir las cosas puedes no decirlas y hasta parece que así dejas de pensarlas. Pero no, las piensas igual o más, te andan por dentro (…)”.
¿Y qué pensáis de esto?:
“De todas las cosas que puede uno llegar a hacer solo en la vida, reírse es la más difícil. Por lo menos a Robinson [Crusoe] siempre lo pintan serio hasta que llegó Viernes”. Cuando yo me río sola es porque estoy leyendo algo que me han enviado o estoy viendo. Pero en realidad, no estoy sola.
Otra de las cosas fascinantes para mí de este libro es que las amigas -Sofía y Mariana- hablan de su gusto por las palabras, por la escritura. Y hasta me he encontrado un juego que practicaba, primero con mi hijo y luego con mis estudiantes. Aquí os dejo esos fragmentos.
Me doy cuenta de que me estoy alargando demasiado, pero es que Nubosidad variable me ha gustado tanto, me he identificado con tantos aspectos, que podría seguir poniéndoos subrayados y tampoco es el caso.
Cierro con una reflexión de la p. 382, casi al final y que nos da una clave para salir de cualquier pozo o para despertar a nuestro alumnado (me ha salido la profe).
Aquí la tenéis:
“De todos los pozos se puede salir cuando se enciende la curiosidad por saber lo que estará pasando fuera mientras uno se hunde”.
PS.
Solo al escribir el título de esta entrada, me doy cuenta de que han pasado treinta años desde la primera edición de Nubosidad variable. Y mirando la primera página de mi libro, regalado y recibido con mucho cariño, veo que eso ocurrió en 1994. ¡Casi ná!