«Cosas que he callado». Azar Nafisi

Esto de la jubilación tiene muchas ventajas. Entre otras, me está permitiendo leer muchísimo. Unas veces libros recién comprados, otras, libros que tenía pendientes, como este de Azar Nafisi, Cosas que he callado (2008). No sé si su nombre os resultará familiar: es la autora de Leer Lolita en Teherán, publicado en 2003.

Pero hoy os quiero comentaros el libro en el que habla de su vida, de sus relaciones familiares, de la historia de Irán. Lo hace con sinceridad, sin importarle mostrar sus contradicciones y las de su país.

Con respecto a Irán yo sabía que antes fue Persia. Conocía a Ciro el Grande y su lucha contra Alejandro Mago. Después tenía un tremendo agujero hasta la llegada del Ayatolá Jomeini. No sabía que Persia (Irán) fue conquistado por los árabes en el siglo VII. Cambiaron la filosofía religiosa del país -el zoroastrismo- por el islam. Dice Nafisi en la página 34:

Los árabes eran conquistadores dominantes. La leyenda era que insistieron en una aniquilación                      casi perfecta de la cultura persa, especialmente de la palabra escrita. […] De niña recuerdo haber                    escuchado historias de cómo el califa Omar ordenó que sus soldados quemaran todos los libros que                encontraran en Irán, ya que el único libro que iban a necesitar era el Corán.

Tras esta cita, no puedo dejar de pensar en lo que tienen en común todos los regímenes totalitarios y es su odio por los libros y su afán de hacer piras con ellos. Supongo que no es necesario que dé referencias. Solo mencionaré que todavía en mis tiempos de estudiante universitaria, permanecía el Índice de libros prohibidos. No presencié ninguna quema, pero sí fui víctima de la censura.

Leyendo esta biografía, me he dado cuenta de que los países lejanos de nuestro entorno geográfico y cultural no entran en las noticias, salvo por culpa de catástrofes y guerras. Y me parece una pena, pero no quiero pontificar ni dar lecciones. Solo quiero contaros que Cosas que he callado es un libro apasionante, lleno de humanidad, de reflexiones interesantísimas sobre las relaciones familiares, la amistad, los entusiasmos y las decepciones políticas, sobre qué entendemos por patriotismo y más.  En este sentido, destacaría el análisis sincero de la autora con respecto al papel de la religión en su país. Ya desde el principio establece paralelismos entre su vida y el régimen político que fue coartando libertades. Así, dice en la página 16:

Mucho antes de que llegara a entender la forma en que un régimen político despiadado impone su propia imagen a sus                                         ciudadanos, robando su identidad y autodefinición, había experimentado esas imposiciones en mi vida personal, en mi vida con                         mi familia. Y mucho antes de que entendiera lo que significaba que una víctima se convirtiera en cómplice de los delitos del                                 estado, descubrí, en asuntos mucho más personales, la vergüenza de la complicidad.

Y enlazo con lo que escribe en la página 349:

Es una enfermedad en nuestra sociedad la forma en la que las víctimas se vuelven cómplices de los actos perpetrados en su contra.                    […] El hábito de fingir ceder al régimen creaba cierto relajamiento moral, una pereza espiritual entre nosotros.

Son especialmente ilustrativas las páginas en las que cuenta las pasiones desatadas por la supuesta revolución religiosa «vendida» por los religiosos y su sinceridad al reconocer los errores cometidos.

Y termino con otra cita que me ha conmovido especialmente, teniendo en cuenta lo que estamos viviendo en España y en el mundo, con la exaltación de ultraderechas de cualquier índole. Página 373:

Maldigo los regímenes totalitarios por tener amarrados a sus ciudadanos por sus sentimientos. La revolución me enseñó a no                              sentirme consolada por la miseria de los demás, ni a sentirme agradecida porque otros habían sufrido más. El dolor y la pérdida, al                    igual que el amor y la alegría, son únicos y personales; no pueden modificarse al compararlos con los de los demás.

En definitiva, un libro para leer con calma, subrayando si sois de subrayar, un libro, como siempre, para ampliar el conocimiento y disfrutar con su prosa clara y nada altisonante a pesar de su profundidad.

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