A punto de terminar este viaje a Japón. Ha sido intenso en el terreno profesional y en el personal.
He descubierto muchos contrastes. Las calles y la gente rabiosamente modernas y ruidosas junto a silencios que no es necesario llenar cuando se está con alguien. No parece existir ese miedo a que nadie diga nada. Escuchar es importante, muy importante. Y te escuchan. Al menos yo he tenido dos pruebas conmovedoras de esa escucha activa.
Yendo por Kyoto con una persona que me llevó a visitar lo imprescindible para quien solo tiene un día, comenté al pasar delante de una tienda cerrada: “¡Qué velas tan bonitas! Me encantan”. Toshie me explicó que estaban hechas de forma tradicional y ahí se quedó todo.
Dos días después, al volver a mi hotel, me encontré un paquetito con dos de esas velas cuyos dibujos –la grulla y la tortuga- significan longevidad.
Sae, otra profesora que me llevó a pasear un día que llovía, llevaba una funda para su paraguas diferente a esas de las que ya os he hablado. Era una funda que absorbe el agua. Le dije: “¡Qué buena idea! Antes de marcharme me compraré una”. Ayer, fuimos de excursión a Nikko y al despedirnos, ¿qué me entregó? Un paquetito con una de esas fundas.
Es verdad, los japoneses que yo he conocido no son tan expansivos como los latinos, pero muestran su afecto y su gratitud con delicadeza. O al menos esa está siendo mi experiencia. Como decían mis alumnos, no se puede generalizar y todo es muy personal. Así lo estoy viviendo.