La península de las casas vacías

Acabo de terminar (14.6.25) esta novela de David Uclés que empecé hace un mes y diez días. Doy este dato porque tiene 695 páginas y no es que me haya  dedicado exclusivamente a zambullirme en ellas. He alternado la lectura con la preparación de los cursos que tengo en el mes de julio y con paseos y encuentros con amigas que se han pasado por Ostende. Toda esta introducción tiene que ver con el hecho de que se me han acabado estas páginas mucho antes de lo que yo creía. Y tampoco ha sido porque la acción sea trepidante. En algunos momentos es así, pero, en otros muchos, el autor se detiene y goza del paisaje o nos lo describe minuciosamente para que no se nos escape la fuerza que emana de unas rocas, o el asombro de descubrir que la península se está desgajando del continente y lo que la sostiene todavía unida a él son unas grapas enormes. Se detiene a contarnos la magia que envuelve a las personas o a los hechos insólitos que les suceden. Por ejemplo:

En Jándula las lágrimas brotaban de un color diferente dependiendo de la emoción: rojas de amor, azules de tristeza, negras de dolor, amarillas de alegría… (…) El resto del tiempo, María lo pasaba pegada a la ventana que daba hacia el camino. En aquel par de semanas, el cristalero del pueblo tuvo que cambiarle el vidrio cuatro veces; la mirada perdida de María lo desgastaba hasta que el agua acababa entrando en casa.  (p.84)

Y aquí entramos en algo que se nos había olvidado -creo yo- desde que desapareció el realismo mágico de la Literatura para ser sustituido por la ciencia ficción o los mundos de ficción o por las distopías (algunas ya casi convertidas en realidades). Y si hay algo distópico en este mundo, todavía humano, es una guerra y más aún si es una guerra civil. Y de eso trata esta novela: de la Guerra Civil española. El autor no nos ahorra ningún hecho por sangriento y cruel que sea. El bombardeo de Guernica o la huida desesperada de la gente en el episodio conocido como el Camino de los Ingleses o las venganzas entre vecinos hielan la sangre. Habla con conocimiento de causa de lo que ocurre en las dos Españas  o porque se lo han contado sus abuelos o porque lo ha investigado a fondo. Pero no tiene una actitud maniqueísta: analiza con rigor las causas del alzamiento fascista y las respuestas, no siempre angelicales, del gobierno legalmente constituido. Uno de los datos que nos cuenta es espeluznante y  se refiere a cómo quería Franco que fuese esta guerra:

De cara a la Guerra Civil, su táctica iba a ser la de desgaste: no habría jaque mate hasta que al menos todos los peones hubieran caído; es decir, alargaría la guerra lo máximo posible para que falleciera el mayor número posible de republicanos. Así evitaría una revancha y extirparía el mal del tablero, pues para él, el enemigo no era un hermano con ideas opuestas, sino un cáncer mortal de la humanidad (p. 142).

Me vais a decir que novelas que cuentan esta guerra ignominiosa hay muchas y muy buenas. Pero yo no me había encontrado ninguna en la que la naturaleza tome parte en los hechos, en la que las acelgas tengan la capacidad de predecir una guerra si crecían de manera desbocada (p.  177) o que el contacto con una planta pudiera hacer desaparecer a una persona sin matarla. Leer el índice de los capítulos del libro es en sí mismo un viaje por una imaginación desbordante. Pero, atención, no vayáis a creer que es algo sin pies ni cabeza. Para nada. Todo encaja y se combina con equilibrio y coherencia. Eso sí, Uclés se permite alterar algún hecho histórico “porque para eso es el autor”. Me refiero a la muerte de las trece rosas. Nos lo avisa -y también a las jóvenes conocidas por ese sobrenombre- y las “convence” para que su muerte ocurra como a él le habría gustado que fuera (p. 566). Como veis, se permite estar presente en todo lo que pasa a lo largo de estas 695 páginas.

Mientras leía, subrayaba párrafos, metáforas, nombres propios inverosímiles, pero también palabras o expresiones desconocidas para mí, que pertenecen a las regiones por donde transcurren las historias.  De esas expresiones retengo una que sale a menudo y es “hacer por donde” con el sentido de “hacer lo posible”, me parece a mí. Os pongo aquí un ejemplo, pero a lo largo del libro hay muchos más: Ángeles tragó saliva y cerró los ojos. Apretó la mano de Josito e hizo por donde para continuar hablando con su hermano (p. 560).

Hace unas semanas colgué en mi FB las fotos de dos páginas que recogen las palabras de Miguel de Unamuno. Aquí os dejo el enlace por si queréis leerlas Me han hecho pensar en lo que siempre hacen los dictadores, incluso cuando han sido votados en las urnas. Destruir libros, cultura, universidades… ¿por qué será?

A colación de las palabras anteriores, os señalo otra de las maravillas -para mi gusto, por supuesto- que jalonan esta novela: las citas de autoras y autores alusivas a la vida que bulle a lo largo de sus páginas y, sobre todo, alusivas a la guerra. Recojo aquí dos breves. Una de Simone Weil: La guerra no me gusta, pero lo que más me indigna de ella es la actitud de los que se cruzan de brazos. Y la otra es de George Orwell: Voy a España, claro. Alguien debe ocuparse de pararle los pies al fascismo (p. 471). ¿Os dais cuenta de que son perfectamente transferibles al mundo de hoy?

Esta novela, además de desbordante de magia y hechos históricos, está salpicada de personajes muy conocidos que se asoman al relato y así el autor deja constancia de su papel en la historia nacional. Es el caso de María Moliner, a la cual encontramos en este párrafo:

(…) Habían oído que un tal Peter Kien andaba suelto por Madrid e iba prendiendo con su chisquero todas las librerías que encontraba a su paso. Por eso debían velar por una de las pocas bibliotecas de todo el país que no había sido convertida en hospital de campaña o en cuartel militar. La idea de usar a las milicias para preservar los tomos de aquella biblioteca había surgido de una mujer llamada María Moliner, miembro de la Institución Libre de Enseñanza, que desde Valencia movía tantos hilos como podía para que las letras se salvaran. Durante el día la mujer hacía política con fines lingüísticos y por la noche se paseaba por los campos con un cuaderno: salía a cazar palabras. Decía que era más fácil cuando el resto dormía, que la mayor parte de los vocablos eran tímidos y se hacían desear (p. 321-2).

También nos topamos con George Orwell, Miguel Hernández, Blas  de Otero o Gabriel Celaya. Y, por supuesto, Robert Capa y Gerda Taro que hicieron uno de los mejores reportajes de esta guerra.

En la p. 629 David Uclés anuncia lo que ya sabemos: Franco iba a ganar aquella guerra e impondría una dictadura durante treinta y seis años. Congelaría las voluntades y las libertades, arrebataría el poder a los débiles y el alma a los contrarios, e impondría las escamas del fascismo a todas las pieles de Iberia, imbricadas.  Y más adelante (p. 668) ...Porque aquel nuevo régimen sería mejor o peor que el anterior, pero estaría basado en el miedo más que los precedentes. La oscuridad duraría cuarenta años. 

 

 

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