Imaginemos una taberna sin pretensiones, que ni siquiera tiene un letrero a la entrada, ni las típicas cortinas tradicionales japonesas que anuncian que el restaurante está abierto.
Allí, en Kioto, trabajan el señor Nagare Kamogawa -el dueño y cocinero- y su hija Koishi. ¿Cómo entra la gente en esa taberna? Su aspecto insólito no impide que los aromas de su excelente cocina salgan a la calle y perfumen el aire, invitando a quienes transitan esa zona de callejones, a descubrir platos bien elaborados y presentados en vajillas variadas, todas tradicionales y adecuadas al guiso, la sopa o el té. Las variedades mencionadas en la novela pueden apabullar a quienes no sepan nada de esta tradición japonesa de la cerámica.
Otra de las cosas que me ha resultado interesante es constatar que la buena cocina que elabora el señor Nagare acude a productos de temporada típicos de regiones determinadas. además, otra costumbre japonesa es explicar qué es y cómo está hecho el plato que se ponen delante de nuestros asombrados ojos occidentales (Hablo desde la experiencia). Un ejemplo de un menú de los que se sirven en la taberna Kamogawa:
-Empezando por la parte superior izquierda -comenzó a explicar Nagare, mientras señalaba los platos con el dedo- tenemos ostras de Miyajima, preparadas al estilo de Kurama;, brocheta awafu, que es una pasta ligera de trigo al vapor mezclado con castañas, con salteado de brotes de peasita fuki al miso; guiso de helecho y brotes tiernos de bambú; pescado de agua dulce moroko a la plancha; pechuga de pollo de Kioto al wasabi; rollo de caballa de Wakasa en vinagre envuelto en láminas de nabo marinado en sal y vinagre. y para acabar, en el cuenco de abajo a la derecha , buñuelos de almeja al vapor con verduras y almidón de kuzu (páginas 107 y 108).
Pero, ¿qué es lo más curioso de este libro? Pues que, la taberna Kamogawa no solo es un lugar para comer de maravilla, sino que, además, es una “agencia de investigaciones gastronómicas”. ¿Y eso qué es? Resulta que el señor Nagare antes fue policía y ahora dedica su buen olfato, no solo a cocinar, sino a investigar las pistas que le llevan clientes y clientas que recuerdan algún plato que desean reencontrar. Koishi, la hija, tiene la misión de escuchar los recuerdos de esas personas, apuntarlos y pasárselos a su padre, que, normalmente en dos semanas, da con la forma de recrear esos platos.
La capacidad de deducción del antiguo policía, su cortesía y sinceridad dibujan un personaje admirable.
A mí este libro me ha recordado momentos vividos en mis siete años en Japón, platos conocidos con buenas amigas y visitas a lugares mencionados a lo largo de los diferentes capítulos.