Vida diaria en Japón

En el avión, yendo hacia las vacaciones cerca del mar. Tiempo para echar la vista atrás y repasar estos últimos meses. Lo más reciente es la confirmación de las facilidades que ofrece Japón para la vida diaria.

¿Qué hay una cola incómoda delante de la ventanilla donde esperas para sacar el billete del Narita exprés? No pasa nada. Un empleado sale, sin disminuir el número de quienes atienden, y se acerca a los clientes para preguntar si puede ayudarlos. Pues sí, puede: a la señora que estaba delante de mí, le entrega un papel que justifica algo. A otra persona la ayuda a sacar un billete y a mí igual: me acompaña al dispensador y me enseña cómo yo misma puedo sacar el billete sin tener que esperar.

¿Que tienes una maleta con la que no quieres ir cargada? Pues no pasa nada: llamas a un servicio especial de transporte, vienen a tu casa el día antes de tu vuelo, la recogen y tú haces lo mismo en la sala de salidas antes de volver a librarte de ella. En cinco minutos tu maleta y tú, que no estás enfadada con ella por su peso, ni contigo por haber metido demasiadas cosas dentro ¡otra vez!, vais al mostrador de embarque y allí te atienden con sonrisas, miran tu maleta para asegurarse de que la entregas en buen estado, (en caso de que tenga un desperfecto lo apuntan para asegurarse de que no se lo achacarás a la compañía aérea) y te dan tu tarjeta de embarque ya con la puerta asignada aunque falten más de tres horas para la salida.Y a la vuelta haces lo mismo. Entregas la maleta y te la llevan o el mismo día por la tarde o al día siguiente por la mañana.

¿Qué no has podido sacar dinero el día anterior? No pasa nada; te acercas al mostrador de información y allí te preguntan qué banco buscas, una vez aclarado esto, sacan un plano de la planta con letras de tamaño tal que hasta yo puedo leer y te indican donde estás y donde está el cajero automático que necesitas.
¿Y qué decir de la delicadeza con la que te ayudan a salvar ese desagradable escollo que es el control de tu equipaje de mano? Para empezar hay muchas máquinas con lo cual la aglomeración no es tanta. Tú pones, porque estás muy acostumbrada, tu ordenador fuera de su funda, el iPad, el iPhone bien visibles y luego en otra bandeja tu bolso, tu sombrero y la cartera con tus billetes. Pues mientras tú pasas por el detector de metales, ella, está vez eran todas mujeres, ha separado tus cosas en bandejas independientes y las ha tapado en parte. No sé cuál es la razón por la que lo hacen, pero la sensación es de cuidado de tu intimidad. A lo mejor no es por eso, pero el efecto es muy agradable.
Al lado de todo esto se encuentra ese momento al que no me acostumbro: el tren en horas punta. Hay que entrar como sea y se empuja, se empuja hasta conseguirlo. Y para salir igual, la avalancha se te lleva por delante. En mi caso no lo sufro tanto porque por la mañana voy en dirección contraria a Tokio, que es hacia donde va esa marea humana. Y cuando vuelvo, la marea regresa de Tokio y yo voy hacia allá. ¡Ventajas de ir contra corriente!
Ya en Helsinki. Todo perfecto, pero no hay sonrisas. Y las echo de menos.
Y al entrar en los servicios recupero esa imagen de los papeles por el suelo que no veo en Tokio. Y eso que estamos en la zona más civilizada, dicen, de Europa. ¿Serán los turistas?

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