Ya en el avión de vuelta a casa dispongo de un poco de tiempo para pensar en este viaje. Y quisiera hablar de mis impresiones sobre las mujeres japonesas que he conocido –en el grupo de investigación con el que he colaborado, no hay japoneses, solo dos españoles y varias españolas-. He aprendido que esas japonesas pueden ser expresivas, muy expresivas y cariñosas; se ríen sin necesidad de taparse la sonrisa o la carcajada con la mano –como yo había visto siempre entre mis alumna-. Las hay reservadas, claro que sí, como en cualquier sitio. Hemos pasado momentos divertidos, de trabajo, de confidencias. He comprobado cuánto trabajan. He disfrutado de su generosidad compartiendo su tiempo y conocimientos y recibiendo obsequios que trataban de mostrar cómo habían interpretado lo que a mí podría gustarme.
Hoy, al llevarme al aeropuerto, Hiroko me ha mostrado esa escucha, esa mirada atenta, de las que ya he hablado, al entregarme un pen drive de muchas gigas –«que espero que te sea útil»-, cuyo exterior es una especie de lacado japonés; envuelto en papel rojo, color que había observado que me gusta. Discreta, callada, pero a cuya mirada no se le escapa nada.
Esto, por asociación, me hace pensar en el poco aprecio que sentimos las profesoras y profesores de lengua extranjera (segunda) por el alumnado callado. Nos gusta participativo, hablador…; sin embrgo, como ya he dicho –y publicado- hay que interesarse también por el periodo silencioso de algunos. Por el tiempo que necesitan para elaborar el input que se les ofrece, sea en los materiales didácticos, sea a través del discurso docente. Si sabemos equilibrar la dosis entre ese periodo y la exigencia de participación, conseguiremos que hasta los más reclacitrantes entren en «el juego de aprender».
Pero me he desviado un poco. Las profesoras japonesas que he conocido tienen inquietudes y trabajan por intentar transformar una realidad de aula que no les satisface. Buscan otras maneras. Y uso el verbo ‘intentar’ porque los años de tradición educativa pesan y se hacen sentir incluso entre quienes usan la utopía para seguir avanzando (Galeano dixit).
Sé que estos días de intercambio de experiencias, de reflexión conjunta, de sugerencias hechas desde otra mirada, desde otro lugar –pero con empatía- irán dando frutos porque los he visto a punto de madurar. Hace 36 años, cuando empecé a enseñar, mi alumnado japonés decía: «sí, las cosas son así, pero Japón está cambiando». Ahora he ido hasta allí y he visto que sí, que hay cosas que han cambiado, otras que mantienen la tradición y estas otras, relacionadas con el papel docente en el aula, que están empezando a «moverse». Y esas profesoras japonesas que he conocido son protagonistas de ese principio de cambio.
Y no están solas, por supuesto. Como he dicho, en el grupo hay también profesoras españolas y dos profesores españoles, llenos de ganas, de entusiasmo. La ola ha empezado –fuera también hay más gente que desea centrar la enseñanza en el alumnado-. Ojalá pueda volver pronto para compartir esa transformación. Y desde aquí, gracias por dejarme colaborar.