Estamos terminando el mes de julio, que se ha presentado lleno de actividad. La que creo que corresponde a esta reflexión se refiere a los dos cursos impartidos en Segovia para la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia): uno sobre la relación entre la pragmática y la cultura y el otro sobre la gramática pedagógica.
El interés por formarse y llegar a ser mejor docente ha crecido enormemente y, además, por todo el mundo. En esos dos cursos mencionados ha habido, por un lado, trece nacionalidades en un grupo de veinticinco personas y en el otro, de veintinueve, hemos contado dieciocho. ¡No está mal! Señalo estas cifras para que veáis la variedad de necesidades que se juntan en una misma aula, y eso solo atendiendo a la procedencia del alumnado y sus lenguas maternas. De este modo, enlazo con mi aventura siguiente.
Tras quedar en evidencia delante de un grupo de nivel súper avanzado ―¿recordáis?: la diferencia entre deber y deber de + infinitivo―, me puse a estudiar como loca en los libros que compré en la librería Cervantes de Salamanca. Sentía que, si dominaba la teoría, podría después, adaptarla a diferentes niveles (ya andaba yo apuntando a la gramática pedagógica sin saberlo).
Tenía en mente la importancia de hacer y de hacerse preguntas.
Pero, claro, luego había que practicar cada una de esas clasificaciones y en aquellos momentos los libros de gramática no tenían en cuenta este tipo de preguntas. O las trataban de otra manera. ¡Madre mía! ¡Cómo hemos mejorado en este terreno!
Por cierto, si queréis salir de dudas, podéis consultar en Gramática, la gramática por niveles de la que soy co-autora, publicada por la editorial ANAYA-ele, y donde se contemplan explicaciones adecuadas a cada nivel. Permitidme este momento publicitario. 😊
Volvamos a esa necesidad de formarse en la teoría. En la imagen siguiente aparecen casos de los que marcan a cualquiera que pretenda responder con coherencia y no inducir a error y, mucho menos, recurrir a dos respuestas de las que se abusa, bueno, según mi opinión, claro. Esas respuestas son, por ejemplo: “eso es una excepción” y la otra: “eso es así; los fenómenos lingüísticos no siempre tienen explicación”.
Recurrir a la excepción aparece muy a menudo para justificar los casos de ser joven y estar muerto/-a. Claro, si hemos enseñado que “ser se usa para lo permanente y estar para lo transitorio”, necesitaremos meterlas en ese cajón desastre ☹ (perdón, de sastre).
Por cierto, no hace mucho le pregunté a chatGPT sobre este tema. Aquí os dejo el enlace con nuestra conversación.
Y lo de “no siempre los fenómenos lingüísticos tienen una explicación” lo he leído u oído en relación con las preposiciones (Se ha matriculado en el curso por/para mejorar su nivel de español). ¿Por qué pueden usarse las dos indistintamente? ¿Aporta cada una alguna intención/significado diferente?
También, con la presencia o ausencia del sujeto (> ¿Me has llamado incompetente? < ¡No hombre! __(Yo)___ solo he dicho que tienes que poner más atención). ¿Qué cambia si se pone o no se pone el sujeto?
Si se da el caso, ya hablaremos de las diferencias. Bueno, si os interesan, claro.
A continuación recojo algunos ejemplos vividos en clase o leídos como consulta en correos o mensajería.
El caso es que, como yo enseñaba en los niveles avanzados y las necesidades que tenía no se correspondían con los libros que había en el mercado, yo hacía mis ejercicios y usaba todavía esa máquina llamada ciclostil.
El que era entonces mi jefe me dijo: “¿Por qué no ordenas todo ese material que tienes y publicamos un libro? Eso sí, no puede tener ilustraciones”.
¿Os podéis imaginar la ilusión que me hizo? ¡Publicar un libro con mi trabajo! ¡Y se iba a vender y yo ganaría algo con los derechos de autora! Por supuesto acepté sin pensar en lo que significaba que un libro de este tipo no tuviera imágenes. ¿Para qué? Ya hacía yo todo el teatro necesario para que mi alumnado visualizara lo que explicaba. Y así apareció el Curso superior de español en 1982.
Fui a la librería Cervantes a verlo puesto en el escaparate. También lo vi en otras librerías. No recuerdo si lloré de emoción, pero seguro que algo parecido hice.
Dejemos para la próxima entrega el viaje a Budapest y las consecuencias que tuvo.